Pasaron cuatro años desde esa 1ª persona que le hizo sentir mariposas en el estómago. A su lado pensaba que todo sería perfecto, que nunca tendría final; pero no fue así, se dió cuenta de que no eran medias naranjas, ni siquiera eran sinceros, la relación no se aproximaba a la estabilidad.
Hubo momentos buenos en que los dos disfrutaron de días fantásticos y de días en los que no se aguantaban el uno al otro. Así que un día todo terminó, y ella pensó que no volvería a encontrar la felicidad; hubo varios intentos de sonreirle a la vida pero se quedaron en meros intentos frutados por pensar en él, esa persona que le había roto el corazón y a la cual había apartado de su vida.
Cuando ella se resignaba a dejar el tiempo pasar, a vivir la vida alegremente; cuando no buscaba más que apoyo en sus amistades, surgió esa nueva persona de la nada; haciéndola sentir bien, dándole color a su vida otra vez. Él veía en ella la persona a la que querer toda la vida; de manera, que apostó por ella a ciegas e hizo sentir en ella un sentimiento similar al que le había brotado a él en su interior.
Y así fue, día tras día, pasito a pasito, él lo consiguió. Le demostraba que podía confiar en ella misma, le enseñó a creer que después de una tormenta siempre llegaba la calma; le demostró que el amor es el mejor sentimiento del mundo y le fue abriendo el corazón. Él sólo le podía ofrecer su amistad; una amistad desmesurada, una amistad a cambio de una sonrisa, de una palabra, de una mirada... dándolo todo por ella, él se había enamorado locamente.
Llegó un día que el amor que el sentía por ella se hacía evidente, era más que visible que él había plantado una semilla de esperanza que esperaba que diera sus frutos. Así nació ese amor, un amor verdadero que lo puede con todo y que seguirá vivo hasta que el destino decida apagar las llamas de ese amor.
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